A Enric



Como una de tus bromas sarcásticas, imposibles de aceptar en serio, nos llegó la noticia de tu despedida. Reconozco que esta vez nos has sorprendido a todos. Las caras de toda tu familia y amigos reflejaban incredulidad, como algo que no estaba sucediendo, como esa pesadilla que sabes terminará cuando despiertes, pero no..., es una realidad que hubiésemos querido retrasar en el tiempo de una manera egoísta por nuestra parte, pero se cumplió tu deseo. El hospital no era precisamente uno de tus sitios preferidos, cuanto más lejos de ellos mejor.

Seguramente, lo primero que habrás pedido habrá sido ¿Qué clase de camión hay en esta parte de la eternidad? Ahora que has recuperado tu visión, no dejarás sin visitar el más pequeño de los rincones de ese cielo que fuiste ganando con tu generosidad y amistad hacia todo aquel que se acercaba a ti.

Han pasado ya casi quince días de esa despedida tuya y ahora se va haciendo real el vacío que produce tu ausencia y, en mi dolor, trato de recrear los mejores momentos que hemos pasado juntos, para mitigarlo y poner presencia de tu saludo al subir la escalera. La música que tanto te gustaba, se ha convertido en estos días fríos, en la bufanda que quiere abrigar el alma y disimular ese vacío.

A mí me queda el consuelo de saber que se cumplieron tus deseos en ese último momento y la muerte fue respetuosa y, estoy seguro, no permitió el dolor, habíamos hablado en tantas ocasiones, siempre elevando ese momento y como queriendo ahuyentarlo, de lo que querías que sucediera que puedo decirte: "todo ha ocurrido como tú querías"

Siempre he creído que la muerte tiene más dolor para los que se quedan que para el difunto si como, en este caso, la sorpresa es protagonista del momento y no permite el deterioro físico. Enric, todo aquel que te ha conocido ha sentido, de una manera u otra, más dentro o exteriorizada en llanto, el saber que ya no te podremos encontrar en el Ral o por alguna de las calles de Solsona que frecuentabas. Ahora, cuando se abre la puerta de tu casa, para visitar a Antonia, siempre espero sentir aquel saludo tuyo que el silencio lo hace más notable.

He elegido esa foto tuya como representación de la unión que existía entre tú y la nueva generación. Todos te llamaban “yayo” porque has ejercido como abuelo y padrino para ellos y, en tu interior, te sentías responsable de su existencia por aquellos zapatitos que, sin que existiese ninguna razón especial, regalaste a sus respectivas madres, y a los cuales atribuías poderes especiales para que se produjese su gestación y nacimiento.

La muerte vencería si el recuerdo desaparece, pero en tu caso, ha salido derrotada de antemano porque siempre estás en nuestra memoria. 

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